Rico, robusto al
parecer dichoso
cansado de reír y de
gozar,
con acento soberbio y
orgulloso:
“¡No hay Dios!”, le
oí gritar.
Pálido, demacrado y
harapiento,
de uno que fue su
igual marchando en pos,
le he escuchado
decir, con triste acento:
“¡Una limosna por
amor de Dios!”
J. SELGAS.